Cuando comenzamos a bosquejar lo que será la plantación de una nueva iglesia, nos vemos tentados a pensar inmediatamente en plantar una iglesia similar o igual al modelo de iglesia que nos envía, o en ocasiones podemos tomar como referente una iglesia ya consolidada. Es probable que, a medida que crece la pequeña congregación que comienza a incubarse, de primera mano tratemos de reproducir en pequeña escala los mismos programas, los mismos ministerios, los mismos instrumentos para la adoración y hasta adaptar el estilo de liderazgo de la iglesia madre, abrumando al pequeño grupo de creyentes que Dios soberanamente nos permite servir.
Sin embargo, si no somos conscientes que cada iglesia plantada tiene su propio ADN, su propia cultura y sus propios desafíos, podremos sobrecargarnos de trabajo desgastando nuestra energía en un momento no oportuno para hacerlo. Trabajar por desarrollar una iglesia teniendo un modelo de referencia demasiado complejo alejado de nuestro contexto, podrá desanimarnos al no ver cumplidas en el corto plazo nuestras altas expectativas, y también terminará por frustrarnos al pensar que no hemos alcanzado nuestro ambicioso estándar.
Esto no significa que no podamos iniciar pensando en una estructura eclesial que nos sirva como base para comenzar a plantar, como una confesión de fe, una filosofía ministerial y un marco doctrinal centrado en el evangelio, pero, es muy poco probable que los creyentes de nuestra plantación, se adapten o se familiaricen necesariamente con la cultura de otra iglesia, porque tendrá otro tipo de creyentes con sus propios problemas, sus propios desafíos, sus propias fortalezas y aún sus propios ídolos, lo que hará que crezca y madure a un ritmo diferente.
Precisamente cuando leemos las cartas del apóstol Pablo, observamos que cada iglesia tenía características que las hacían únicas, pues mientras la iglesia de Tesalónica era un ejemplo para las iglesias de Macedonia y Acaya (1 Tesalonicenses 1:7), la iglesia de Corinto representaba un modelo defectuoso que sufría divisiones y otros pecados que debían ser confrontados por el apóstol (1 Corintios 1:10-11); es más, en el libro de Apocalipsis 2-3, el Señor Jesucristo examina cada iglesia de forma individual, reconociendo sus propias particularidades para animar y exhortar a cada una de ellas.
Ahora bien, si comparamos las iglesias que vamos a plantar con organismos vivos, podríamos evitar el riesgo de tratar de reproducir iglesias en serie:
- Las iglesias requieren tiempo para su desarrollo
En otras palabras, si metafóricamente tratamos de alterar el proceso biológico de la iglesia que plantamos, es probable que estorbemos los planes de Dios, los cuales siempre serán más gloriosos, más completos y perfectos que nuestros propios pensamientos (Isaías 55:8). Alterar los ciclos que cada iglesia debe seguir de forma natural, es como si le inyectáramos hormonas para que luzca más desarrollada de lo que realmente es.
- Las iglesias son únicas y diversas
La gloriosa diversidad que vemos en la vida creada por Dios se identifica con la inagotable sabiduría de su Creador la cual no tiene límites, ya que jamás veremos el mismo atardecer dos veces en el firmamento, y tampoco podemos esperar que cada iglesia esté desprovista de su propia identidad, la cual podemos ayudar a madurar, pero no copiar.
Al apreciar las extensas formas, tamaños y diseños que Dios ha impreso en los seres que tienen la vida que procede de su Palabra, descansaremos en la Gloria de Dios y los propósitos para su iglesia, y no en nuestra habilidad para reproducir de manera literal los modelos de iglesias ya existentes.
- Las iglesias dependen de Dios
Al igual que los seres vivos que son sustentados por Dios y reciben toda su vitalidad para su existencia, tanto a los débiles como a los fuertes (Job 39), las iglesias provienen del corazón de Dios, y por lo tanto su subsistencia, así como su desarrollo, su crecimiento y su identidad están en sus manos y no dependen de nuestras propias estrategias. Aunque podemos participar activamente en su cuidado, el resultado depende de Él y no es nuestro.
En conclusión, si descansamos en el poder de Cristo, quién es cabeza de su iglesia, y no de nuestra habilidad para reproducir un determinado modelo de iglesia, podremos despojarnos del orgullo cuando nuestra plantación crezca y supere nuestras expectativas; pero también estaremos libres de culpa y frustración, durante los tiempos de estancamiento, los cuales Dios nos permitirá atravesar para demostrarnos que aún en esos momentos de aridez su iglesia está en sus manos.
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Gracias por compartir, revoluciono mi forma de pensar.