A diferencia de lo que ocurría con la peste negra, una enfermedad que acabó con la mitad de la población de Europa en el siglo XIV, cuando las noticias tardaban días y meses; hoy, la situación es muy distinta, ya que las noticias del coronavirus corren en cuestión de minutos y son presentadas por los medios de comunicación, al punto que cualquier persona obtiene un panorama general de los efectos de la pandemia.
Ahora bien, es inevitable que los creyentes se vean afectados con tanta información que circula por los medios, y muchos experimentan ansiedad sobre lo que sucederá en el mundo, al ser inquietados sobre la forma como se resolverá la potencial crisis económica o la forma como los líderes mundiales asumirán esta penosa situación; sin embargo, sufrir por estas situaciones que están alejadas de nuestro contexto, no es el tipo de sufrimiento al que estamos llamados a experimentar como creyentes, pues muchas de estas cosas están en manos de los gobernantes que tienen a cargo esta tarea (Romanos 13:6), y otras preocupaciones sencillamente pertenecen a la soberanía de Dios.
Como ciudadanos del reino de Dios, no estamos destinados a sufrir angustiados pensando en estrategias para enfrentar esta crisis mundial o buscar respuestas acerca de la expansión del coronavirus; ya que estos tiempos pueden ser usados por Dios para orientar nuestro sufrimiento, alentándonos a velar y servir a aquellos que están bajo nuestro cuidado, comenzando por nuestras propias familias, continuando con los miembros de nuestra iglesia, sin pasar por alto a aquellos que necesitan escuchar el evangelio y conviven a nuestro alrededor.
Precisamente, en tiempos de sufrimiento padecido por los creyentes del primer siglo, el apóstol Pedro en su primera carta, no quiere que los creyentes estén preocupados por la actitud del Emperador Romano Nerón, sino que le recuerda a una iglesia sufriente la identidad obtenida mediante la gracia expresada en la cruz por el Señor Jesucristo (1 Pedro 1:2), hablándoles de la recompensa incorruptible y la expectativa de ver su gloria y honor (1 Pedro 1:7), animándolos a reflejar esta identidad como un pueblo santo (1 Pedro 2:9) manteniendo una conducta irreprochable delante de aquellos que tienen cerca, ya sean amos, cónyuges u ovejas.
El sufrimiento que padecemos como iglesia exiliada en esta tierra por causa del coronavirus, nos obliga a permanecer en nuestras casas y sortear los rigores del confinamiento, manteniéndonos alejados temporalmente de nuestros hermanos en la fe sin poder congregarnos juntos para adorar a nuestro Señor y Redentor; a pesar de ello, no podemos desviar nuestra atención hacia las preocupaciones mundiales, que aunque sean importantes, son secundarias frente a la verdadera responsabilidad que tenemos de reflejar la Gloria de Cristo como miembros de un pueblo y un linaje santo en un mundo caído.
A continuación, algunas maneras de sufrir sabiamente en medio del confinamiento:
Desarrolle el carácter de Cristo con aquellos que están a su lado 24 horas al día
Es probable que la situación que hoy enfrenta por causa de la pandemia sea irrepetible, pues sus horarios, sus rutinas y aún la convivencia permanente con los miembros de su familia, lo conduzcan a sacar lo mejor o lo peor de su carácter. Es en estos momentos donde necesitará recordar el amor de Cristo que se despojó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz (Filipenses 2:8), para poder enfrentar las situaciones de tensión al interior de su hogar, respondiendo a estos desafíos con humildad frente a su familia, apoyándoles por ejemplo en las perpetuas jornadas de orden y limpieza; tolerando el ruido que le impide gozar de una buena reunión en línea, y amando sacrificialmente a sus intolerables parientes no creyentes cuando le critiquen por su devoción al Señor.
Apoye a hermanos de su iglesia que no están dentro de su círculo más cercano
En momentos críticos como este, no solo trate de contactar a las personas con quienes tiene más empatía y pertenecen a su círculo más cercano; acuérdese también de los creyentes que no conoce por nombre, porque podrán estar solos o aislados en esta época de confinamiento. Intente comunicarse con ellos pidiendo a su pastor los teléfonos de miembros de la iglesia cuyos nombres no recuerda, y trate de llamarlos para conocer de cerca su situación y estar dispuestos a apoyarlos espiritual y físicamente si está a su alcance, esté atento a sus luchas y necesidades personales y preséntelas al Señor en sus momentos de intercesión (1 Tesalonicenses 5:14).
Ore por personas y situaciones concretas
El sufrimiento como el que atravesamos en este tiempo, ha inquietado a la iglesia a orar masivamente por los gobernantes, por los enfermeros y por los médicos que socorren en primera línea a los innumerables enfermos que requieren atención en las salas de cuidados intensivos, especialmente en los países de Europa; no obstante, aunque orar de esta forma por ellos es un mandato del Señor (1 Timoteo 2:2); trate de usar estos sentimientos de devoción y preocupación, orando al Señor por las personas de forma específica, teniendo a la mano los nombres de siervos y creyentes que están teniendo necesidades concretas, haciendo seguimiento de sus circunstancias para dar gracias a Dios cuando responda estas peticiones.
Comparta el consuelo de Dios
Probablemente, aunque para muchos el coronavirus no represente un motivo de angustia y desesperación porque sus necesidades son satisfechas y están ajenos a la pandemia que invade casi todo el planeta; no todos sienten lo mismo y tienen la misma actitud de tranquilidad, pues muchos sufren a solas y necesitan que alguien les recuerde la victoria de Cristo en el Calvario, para que su fe permanezca sólida y arraigada a las promesas del evangelio. Sea parte de aquellos que entregan su ansiedad a Cristo y obtienen fortaleza en estos tiempos de pandemia, y comparta el consuelo que ha obtenido en la Escritura, alentando a otros recordándoles la herencia incorruptible, inmaculada, que no se marchitará reservada en los cielos (1 Pedro 1:4), para que juntos puedan resistir estos tiempos de sufrimiento mediante una esperanza viva.
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