Los agricultores son cualquier cosa menos estrellas de rock. Se levantan temprano y trabajan. Siembran, aran, trabajan y protegen. En todo ello, le ruegan a Dios que llueva.
Esa es una buena descripción del ministerio. El ministerio es glorioso, pero no glamoroso. Al igual que la agricultura, la mayor parte de nuestro trabajo pasa desapercibido; exige atención y resistencia. Y al final del día, estamos desesperados por que Dios dé el crecimiento (1 Corintios 3:7).
A menudo, Dios envía lluvia, y esas son estaciones ricas y alegres. ¿Hay algo más grande que ver a las personas llegar a la fe, crecer en santidad y ser equipadas y enviadas para el ministerio? El ministerio es desafiante, pero por la gracia de Dios también puede ser gozoso y gratificante. Como en otras partes de nuestra experiencia cristiana, conlleva tanto tristeza como alegría, dolor y satisfacción, prueba y triunfo.
Sin embargo, cuando vemos fruto, nunca debemos jactarnos de lo que “hicimos”. (Nunca he visto a un agricultor “alardear” sobre la cantidad de calabazas que cosechó). No, nuestra jactancia y gozo deben estar en el Señor, quien en su gracia nos usa en su campo de cosecha.
La agricultura en la cultura de las celebridades cristianas
Pero a veces tenemos la tentación de querer más, ¿no es así? En los Estados Unidos, el pastor como celebridad es un problema real. Algunas personas solo vendrán a la iglesia si un pastor en particular está predicando. Las conferencias están llenas de oradores que atraen a una multitud. Si bien no todos los predicadores famosos tienen la intención de perpetuar esta cultura, y los diseñadores de conferencias a menudo tienen buenas intenciones, el hecho es que muchos aspirantes a pastores quieren ser como estas figuras prominentes. Imitar a los líderes piadosos es correcto y bueno, pero a menudo no es la piedad lo que obliga a los aspirantes a líderes; es la celebridad y la fama lo que anhelan.
Entonces, ¿qué sucede cuando los nuevos plantadores de iglesias, arraigados en la cultura de las celebridades, comienzan a evangelizar para establecer una nueva congregación, solo para descubrir que lleva años ver los resultados? Muchos se dan por vencidos. Fantasean con hacer otra cosa. Algunos quitan la vista de Jesús y se automedican, buscando pornografía o alguna otra vía de escape.
Si la fama es la meta en lugar de la fidelidad, ser plantador es un desastre ambulante.
Tenemos una necesidad mucho mayor que solo anhelar otros 20 conferencistas espectaculares. Necesitamos millones de agricultores fieles, que enseñen la Biblia, proclamen el evangelio y amen a las personas. Y los necesitamos en todo el mundo: pastores que trabajen arduamente y que constantemente planten semillas del evangelio, mantengan su mano en el arado y rueguen a Dios que envíe lluvia.
Trabajo arduo y lleno de esperanza
Al igual que la agricultura, el ministerio centrado en el Evangelio a menudo no se ve, generalmente es lento y siempre agotador. Pero vale la pena porque el Evangelio lo vale (2 Tim. 1:8; 2:8–9). Dada nuestra misión centrada en el evangelio, debemos perseverar. Y dada nuestra esperanza en el evangelio, podemos perseverar.
Según 2 Timoteo 2, podemos perseverar a medida que somos fortalecidos “en la gracia que es en Cristo Jesús” (v. 1). Pablo insta a Timoteo a vivir del evangelio, es decir, en la gracia habilitadora que fluye de nuestra unión con Jesús. Él no dice: “Sé fortalecido por tu propio poder y resolución”. Eso sería inútil. Más bien, dice: “…fortalécete en la gracia que hay en Cristo Jesús.” Sólo la gracia de Jesús da poder a todas las exhortaciones que siguen en el texto.
Pablo luego procede: “Acordaos de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, linaje de David, tal como es anunciado en mi evangelio” (v. 8). Piénsalo. Pablo está diciendo, “¡No te olvides de Jesús!”
Es fácil olvidar por qué estamos plantando. Es fácil cansarse cuando nuestra mirada está fija en nuestras circunstancias. Cuando tu tanque esté vacío, recuerda que la tumba está vacía. La tumba vacía apunta hacia arriba, al trono ocupado.
El ministerio no es deslumbrante ni glamoroso a los ojos del mundo, pero es glorioso a los ojos de Dios. Un día, cuando veamos a Jesucristo, la verdadera superestrella, nos alegraremos de no haber dejado nunca de trabajar, sembrar, arar y orar.