Publicado por Justin Burkholder en su blog el 1 de agosto 2019.
Llevo varios años luchando con la relación que debería tener la iglesia con el cuidado de necesidades físicas y materiales de las personas. Crecí teológicamente durante el boom de la iglesia emergente. Autores como Rob Bell y Shane Claiborne llamaron a la iglesia a un compromiso radical con ayudar al pobre y al necesitado, e incluso a identificarnos con ellos.
Hoy en día, hay muchos escribiendo de la exclusividad de la predicación en las tareas principales (o la misión) de la iglesia. En cierto sentido, estoy de acuerdo. La iglesia debe hacer discípulos. Si la iglesia no hace discípulos, nadie lo hará. Sin embargo, a medida que sirvo como pastor en América Latina, me desencanto más y más de la idea de sola predicación. No obstante, entiendo que empezar a hablar acerca del rol que tiene la iglesia en temas sociales abre una caja pandora de preguntas teológicas.
Obstáculos teológicos
Por ejemplo, América Latina ha sido afectada por la teología de la liberación y otros movimientos surgidos en los EE.UU. como el evangelio social. Cuando alguien empieza a sugerir que cuidemos al pobre, o al necesitado, la gente empieza a temer un desvío hacia la línea de la teología de la liberación. Por otro lado, también se ha infiltrado la teología de la prosperidad.
Todas estas teologías tienen una explicación de porqué existe la pobreza, y qué debe hacer la iglesia al respecto. Algunos quieren que nos identifiquemos más con el pobre, otros que “declaremos” riquezas, y aún otros que dejemos de predicar y simplemente salgamos a ser generosos.
En medio de todo eso, las iglesias sinceramente evangélicas han quedado vacilantes, intentando descifrar qué debemos hacer. Si nos preocupamos por el necesitado, ¿pertenecemos al evangelio social o a la teología de la liberación? Si no nos preocupamos, ¿somos crueles, iguales al levita y al sacerdote en la parábola del buen samaritano?
Realidad social
Además, los países donde vivimos tienen realidades muy diversas. Por lo menos en Guatemala, si alguien tiene un carro, o seguridad en su colonia, eso cambia extremadamente cómo vive y percibe su día a día.
Muchas de nuestras ciudades son grandes mezclas de personas de diferentes trasfondos, historias, dolores, sufrimientos, clases económicas, y razas. Lugares donde la gente sufre por su propio pecado y por los efectos de vivir en un mundo caído. Algunos terminan en pobreza por su propio pecado, otros por injusticia.
El tema de la justicia, en general, es muy complejo en muchas partes de América Latina. Por ejemplo, en Guatemala, solo el 6% de los casos de violencia sexual en contra de la niñez llegan a un veredicto favorable para la víctima. También podríamos hablar de abuso de alcohol y drogas, de violencia, huérfanos, negligencia en el hogar, hambre, falta de acceso a agua potable, aborto, y eutanasia. En todos los casos con estadísticas alarmantes.
Pero, al mismo tiempo, existen un montón de iglesias.
Entonces, ¿qué debe hacer la iglesia? ¿Cómo debe responder? ¿Cuál es nuestra responsabilidad ante la injusticia, pobreza, y violencia del mundo en el cual vivimos? ¿Cómo nuestro activismo o nuestra indiferencia afecta la predicación del evangelio?
No tengo todas las respuestas. Al contrario, confieso que estoy luchando mucho internamente con esto. Espero, a lo largo de las próximas semanas, poder interactuar juntos sobre este tema y hallar un poco de luz por medio de la Palabra. Parte de lo que hablaremos será un poco filosófico, pero es mi deseo ser muy práctico.
Dicotomías y razones
Esta conversación, según mi criterio, crea dos falsas dicotomías de las cuales debemos estar conscientes. La primera que trataremos es la dicotomía entre el cuerpo y el alma. La segunda es entre la gran comisión y el gran mandamiento.
Al ver estas dos dicotomías, podremos ver tres razones para el cuidado del necesitado en la iglesia: 1. Obediencia. 2. Imago Dei. 3. Reflejar el evangelio.
Espero que puedas seguir la serie. ¡Compártelo y espera las próximas entradas!